Tras catorce años de fortaleza casi ininterrumpida, todo parece indicar que el dólar estadounidense ha entrado en una nueva etapa. Los cimientos que hasta ahora han sustentado su papel dominante en el sistema financiero global se están agrietando y varios expertos coinciden en que la tendencia al alza que lo caracterizó desde la crisis financiera global ha llegado a su fin.
A principios de 2025, el dólar tocó máximos (en términos de tipos de cambio efectivo real) desde 1985. Esta apreciación vino apoyada por una serie de factores estructurales y coyunturales que habían situado el dólar como un activo deseado globalmente:
- Ciclo de crecimiento robusto en EE. UU. y más dinámico que el de la eurozona o Japón.
Una de las claves del liderazgo económico de Estados Unidos en el período posterior a la crisis financiera global fue su independencia energética, protagonizada por el aumento del fracking. Este cambio estructural redujo la vulnerabilidad del país ante las crisis de suministro globales, como se evidenció durante la guerra de Ucrania, cuando Europa sufrió fuertes tensiones energéticas mientras EE. UU. mantenía la estabilidad.
- Ventaja en rentabilidades reales (TIR), con una Reserva Federal (Fed) que ha mantenido los tipos elevados.
La política monetaria de la Reserva Federal (Fed) ha sido otro pilar clave para la fortaleza del dólar. En un contexto en el que muchas economías avanzadas se veían obligadas a recurrir a tipos de interés negativos (como es el caso de la eurozona o Japón), la Fed pudo mantener unos tipos superiores al resto de países gracias a la solidez de la actividad económica interna.
Esta diferencia de rentabilidades reales entre los bonos estadounidenses y los de otros países del G7 provocó un afloramiento del capital internacional hacia los activos denominados en dólares, lo que aumentó aún más su demanda.
- Dominio de la tecnología, con empresas innovadoras como las del sector IA.
Estados Unidos también ha desempeñado un papel central como cuna de la innovación tecnológica. El liderazgo en ámbitos como la inteligencia artificial, la nube o los servicios digitales permitieron que empresas como Apple, Microsoft o Nvidia —todas ellas denominadas en dólares— se convirtieran en referentes globales. Esto generó grandes flujos de capital extranjero hacia los mercados financieros estadounidenses, reforzando la demanda de activos en dólares y, por tanto, de la propia divisa.
Confianza institucional gracias a una estructura política y monetaria estable.
La importancia de la demanda estadounidense para el comercio global supuso que gobiernos de todo el mundo, especialmente los de los países emergentes, necesitaran acumular dólares para facilitar los flujos comerciales en caso de crisis o períodos de volatilidad. De esta forma, el dólar se convirtió en la divisa de reserva del planeta.
Todo ello generó un círculo virtuoso: crecimiento, inversión en activos en dólares, demanda de la divisa y, por tanto, mayor apreciación del dólar.